
Perdida entre la misma, entre la colina y la cañada deslizándose a lo bajo.
No había ni mi fina protegida posada sobre el turbio cielo, que me iluminara. Ni que en su mano ella me acompañara.
El frió quemándome los brazos. Mi garganta irritada. El cabello húmedo pegándose a los costados del cuello. A las sienes.
Si quiera mis fieles peregrinos, las estrellas, quienes me tocaran las palmas de las manos.
Solo los robles y arboles por igual, obstaculizándome el camino.
Frió siempre el cielo y la niebla entre mas densa mas baja.
Decidí morir al enfrentamiento. El sol vendría pronto.
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